Por: Nulfo Yala
En un país tan peculiar y exótico, para el resto del mundo, como es Bolivia, el tiempo transcurre cargado de un aire de miedo disfrazado de una mezcla sórdida del permanente recuerdo de la persecución y de ser declarado “en sedición” por decir o hacer algo indebido y que a juicio del poder de turno considere subversivo.
Desde el 10 de noviembre del 2019 se asumió un derrotero e inflexión que nadie esperada. La democracia, aunque imperfecta, cargada de corrupción y con errores de fondo, pero democracia al fin, terminaba por la ambición desmedida de poder del caudillo demócrata y empezaba la imposición de acciones cívicas, policiales y militares basadas en la generación de miedo, amenazas y la persecución política y judicial por parte de quienes depusieron del poder al caudillo demócrata, sin contar con la dolorosa muerte de los que tuvieron “la osadía” de reclamar e interponerse en la imposición de la llamada “pacificación” del país. Son las consecuencias de un odio que ha ido madurando desde hace tiempo atrás, un odio generado en parte por los desvaríos y ansias de poder de un líder en el que, en su momento, se depositó las esperanzas para construir una sociedad más justa y equitativa, donde el pobre y vulnerable al fin tendría voz y no solo la farsa del voto con el que siempre se lo utiliza en tiempos electorales. El líder se convirtió en caudillo del poder, en un caudillo demócrata, pero víctima del poder, que implacable e inexorablemente terminó sucumbiendo en su mesianismo, hasta llegar a creerse que el pueblo que decía representar y él mismo, eran uno solo, indivisible e inseparable y por tanto necesario y obligatorio.
La realidad de las cosas terminó el mito imaginario de su delirio. La realidad demostró que el pueblo, está compuesto por seres humanos, con todos sus defectos y virtudes. Y uno de ellos precisamente es la relación, a veces perversa, que existe con el poder de turno. Relación basada simplemente en intereses ya sean políticos, económicos o de cualquier otra índole y que derivan en conflicto cuando estos intereses entran en confrontación o posible pérdida de relevancia frente a otros intereses. Los intereses se construyen y se definen en el juego de las alianzas. Al final el movimiento para la búsqueda de la toma del poder se estableció con alianzas construidas en las narices del caudillo demócrata. Alianzas cívico, policiales, militares y hasta de los mismos sectores sociales que decían defender el proceso de cambio, todo bendecido con la biblia de testigo y coordinado meticulosamente por una mezcla de civismo fascista y fundamentalismo religioso de cívicos autócratas que utilizaron hábilmente el silencio de las iglesias incluida la católica y la “fe” incondicional de los que siguen estas doctrinas religiosas. A los tres muertos, se pidió al caudillo demócrata dejar el poder. A los más de treinta muertos se impuso un silencio sepulcral con la complicidad de los medios de comunicación, quienes entraban en cadena nacional para transmitir el triunfalismo del poder ganador, mientras en las calles la gente que protestaba moría por armas de fuego, se dijo que por disparos realizados por ellos mismos.
De nada bastó que el caudillo demócrata dejara el poder para jugar al demócrata “ideal”, para que el culto a la personalidad lo personifique como “víctima perfecta” del demócrata indispensable. De nada bastó abandonar a su pueblo para que no haya más muertos. Se fue y se salvó, otros murieron en su nombre por defender una causa abandonada y traicionada. Otros terminaron perseguidos a merced de una cacería judicial. Otros, y una gran mayoría, se pasó rápidamente al lado ganador alegando que se les había obligado a ser militantes políticos del gobierno depuesto. Otros infiltrados, tal vez, ya venían traicionando desde hace tiempo
Esta causa fue traicionada también por el mismo caudillo demócrata quien poco a poco fue arrastrando al país a una corrupción sin precedentes, muchas veces originadas precisamente por sus organizaciones sociales. Ni que decir del sistema judicial, el país cayó irremediablemente en una situación de tolerancia y permisividad de las “injusticias” de la justicia, diseñada para los que tenían aval político o dinero. El climax de la “situación” llegó con las irregularidades fraudulentas del proceso electoral. A pesar de que corrió mucha agua y sangre bajo el puente, lo penoso del asunto fue la falta de capacidad para reaccionar frente a estos hechos, incluido la candidez política del caudillo demócrata, no solo subestimó el poder de los intereses geopolíticos de los jugadores mundiales sino que se creyó el “cuento del tío” del amigo adulón “representante de los asuntos hemisféricos del continente” quien le sonreía y asentía mientras le clavaba el puñal por la espalda. No aprendió nada, ni siquiera cuando La “justicia internacional” de la Haya en el tema marítimo demostró que en todas partes se “cuecen habas”. Se metió al rio con los dos pies y al final fue tan fácil sacarlo del poder como quitar un dulce a un bebé.
En un país donde prácticamente la visión de poder perdedor anuló la individualidad y su valor de representación frente a las representaciones sectoriales denominadas “organizaciones sociales” enfatizadas en algún momento con vehemencia, vanidad e incluso desdén hacia los que no pertenecían a ellas, hasta el punto de negar y despreciar a los denominados “librepensantes” en la maquinaria política del “proceso de cambio”. Prueba de ello es que al final, estas mismas organizaciones, que incluso fueron consideradas en su momento como “gabinete social” terminaron haciendo el denominado “pacto de unidad” con el poder ganador, se dirá que para evitar más muertos, pacificar el país y demás, por supuesto cada muerto es un recuerdo doloroso y es cierto que era imprescindible impedir que hayan más muertos, pero también es cierto aquel adagio popular que dice “cuando hay santo nuevo, el viejo ya no hace milagros”. El pacto implicó el reconocimiento de la alianza con el nuevo poder y también fue una manera de salir lo antes posible del barco que se estaba hundiendo con el caudillo demócrata que en su momento, se dice, que fue prácticamente obligado a seguir y perseguir el poder, precisamente por estas organizaciones que después lo abandonaron.
Mucho de ingenuidad, poco coraje y compromiso con lo que se decía defender, tuvo también mucho que ver en la caída de un poder que supuestamente lo tenía todo: Control total en la estructura política, judicial, militar, policial, social y muchos etcéteras. Lamentablemente eso se creía, pero nuevamente todo era aparente, los intereses trabajan mejor con una dosis de odio que fue destilando de a poco, por la soberbia de no entender que las consecuencias de mantener el poder a toda costa es precisamente esto: Caminar en una cuerda floja y sin red. Lo ingenuo y vergonzoso del asunto es que el caudillo demócrata terminó creyéndoselo hasta el final, pensándose como el imprescindible, jugando al demócrata ingenuamente, subestimando el poder de estructuras de poder social sectoriales, que él mismo ayudó a construir y consolidar en ese juego ingenuo y peligroso de menospreciar la individualidad, de construir una democracia que desvalorizada todo intento de expresión individual frente a la “resolución de asamblea” del “dictamen” de lo político gregario, que muchas veces no era otra cosa la expresión de los intereses de grupos de poder económicos y políticos que se articulan en el tejido social utilizando a sus denominadas “bases”, muchas veces desinformadas o mal informadas, para la “negociación” política con el poder que los decía representar. Una de esas estructuras que se robusteció por esta política de fortalecimiento de las estructuras de organización sociales, que, literalmente se le escapó de las manos y que se transformó en el mecanismo de articulación social para su caída, fueron precisamente los denominados movimientos cívicos. Organizaciones cívicas que son elegidas de manera diferida por dirigentes o directivos de las organizaciones o instituciones que la componen, haciéndolo en nombre de las personas que por diversas circunstancias, mayormente laborales, pertenecen a estas organizaciones o instituciones, sin importar que las personas que pertenecen a esas instituciones reconozcan o hayan votado directa y universalmente a una representación cívica tal como se establece en los principios de delegación de representación democrática.
Pero al igual que la vulneración del derecho humano a la libre circulación que se originó por los bloqueos de caminos y calles, que en su momento el caudillo demócrata hizo uso y abuso. De igual forma ahora las estructuras sociales que tanto defendió y consolidó, también le pasaron factura. Esta vez con instituciones quemadas, tomadas y tapiadas. Lo que antes fue una fortaleza se transformó en un despotismo disfrazado de civismo. El contrato social estaba roto y ahora la institucionalidad estaba a merced de los vencedores, quienes en nombre de la “democracia” cuales dueños y representantes del “mandato” del pueblo, “obligaban” a renunciar, bajo amenazas con tapiado de instituciones incluido, a quienes no se sometían a su voluntad o que habían tenido el “pecado” de ser parte del anterior gobierno.
El uso y abuso de la democracia para jugar el juego del poder del que en algún momento se sirvió para mantenerse, paradójicamente se utilizó también para su caída, con las mismas estructuras y mecanismos de movilización social que precisamente en su momento fueron usadas y se convirtieron en su consigna de lucha. La oclocracia nuevamente salió triunfante, solo que esta vez el costo, para los que creímos alguna vez en la democracia en este país fue mayor y devastador. Como siempre, los más comprometidos y vulnerables de los que creyeron realmente en el proceso de cambio pusieron el pecho y tristemente recibieron las balas, bendecidas con un amén y con la biblia en la mano y con su entrada “triunfante” al palacio del poder.
No bastó ni el clamor ni el dolor contenido en los gritos de los que con impotencia veían, como se asestaba la estocada oclocrácica. Pero ya era tarde, ya la suerte estaba echada. De aquí en adelante quien no estaba con el poder vencedor estaba en su contra. Y comenzaron las persecuciones, las amenazas y la carnicería judicial hasta ser “cazados como animales”. Ahora cualquier sospecha es suficiente para presumir la culpabilidad por “actos subversivos” legalizando incluso las “vigilias” civiles y policiales donde las víctimas, sin orden de aprehensión, están en una suerte de secuestrados en su propias casas.
La búsqueda de la libertad como reivindicación legítima contra la perpetuación del poder del caudillo demócrata, pronto se transformó en el odio al enemigo jurado y declarado, sin importar su procedencia ni el respeto a su derecho a disentir. Todo aquel que cuestione llamada legítima y “constitucional conquista” del poder, es declarado enemigo del pueblo y de la democracia. Ya ni siquiera los “afines” se salvan. La “unidad” es una consigna indispensable y obligatoria para que el poder ganador se institucionalice. Cualquier intento de ejercer el derecho a participar políticamente en disenso, es visto como un “menosprecio a la lucha” ejercida por el poder de turno. Unión contra el enemigo aunque por fuerza, es la consigna.
Un paz impuesta a base de amenazas y persecuciones, el llamado a una unidad política forzosa para mantenerse en el poder, que anula el derecho al disenso incluso entre los gestores de la interrupción de un gobierno; quien pese a sus grandes deficiencias y errores incluida la irracional intensión de perpetuación a legitimarse en el poder indefinidamente, fue un gobierno elegido democráticamente con una fecha de culminación de su mandato. Este “no golpe de estado” como se repite hasta el cansancio, ha dejado a la población más pobre y vulnerable en una suerte de abandono, pues es ésta población quien ha sufrido y sufrirá las consecuencias de este movimiento que innegablemente fue también apoyado por sectores sociales pudientes de las llamadas “clases altas y medias altas emergentes”, si bien es cierto que el odio influenciado arrastró también a algunos de clases menos favorecidas. El discurso fue claro, contundente y repetido hasta el cansancio especialmente por las redes sociales fue: Luchar contra la “dictadura” para recuperar la “democracia”. De pronto el “dictador” se convirtió en el diablo y era necesario que “Dios” y “la biblia” vuelvan al palacio de gobierno. Se olvidaron que el caudillo demócrata también rezaba al mismo Dios y leía la misma biblia.
Como en el discurso imperante y para que no exista contradicciones no debe concederse ningún beneficio de la duda (como ya se viene borrando el rostro del caudillo demócrata hasta de las latas de leche de lactancia), todo lo realizado, por el gobierno depuesto, será cuestionado y revisado. En particular lo logrado en favor de los humildes será paulatinamente eliminado, el costo social es incompatible con el beneficio económico que búsca de la riqueza. Ya la liberalización de la economía ha comenzado con la liberalización de exportaciones, más dinero es más importante que la seguridad alimentaria del pueblo. Es previsible, más temprano que tarde, que se declare que el país no puede continuar con la llamada “subvención” de las políticas sociales del gobierno depuesto. Bajo el llamado de la “crisis económica” que ya se viene vaticinando, cargando la culpa al gobierno depuesto, se viene preparando el escenario de crisis que deviene. Liberalización económica y austeridad, que se transformará en hambre y pobreza para los vulnerables que serán excluidos en un sistema de máximo beneficio económico donde la pobreza es solamente un factor colateral y por tanto despreciable. La consolidación de una política económica mundial de ambición desmedida de producción y riqueza acumulada, donde el ser humano deviene en un activo y mercancía más del capital.
El cambio es irreversible, la estocada no solamente fue para el caudillo demócrata que jugó a ser socialista, pues paradójicamente sectores privados como la banca privada y los grandes empresarios fueron los que se enriquecieron más durante su gobierno. La estocada fue para una ideología que siempre luchará por una sociedad donde prevalezcan los derechos humanos, entre ellos el de buscar una sociedad justa e igualitaria donde se garantice al ser humano fundamental y esencialmente “la libertad” para el ejercicio de sus derechos. Pero las ideologías no mueren; Así, mientras haya pobreza e injusticias en el mundo, siempre habrá causas e ideologías que seguirán y continuarán la lucha contra la pobreza y las injusticias del poder derivada en todas sus formas despóticas en el mundo. Como dice la canción de María Elena Walsh “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando…”
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