Algunas formas totalitaristas tienen diversas formas creativas de resurgir y adaptarse independientemente de la época y los contextos en los cuales se desarrollan. Lo peligroso del asunto es que muchas veces utilizan sentimientos y necesidades de la gente que cautamente caen en sus redes y tarde se dan cuenta que, lo que era su salvación, terminó siendo su martirio y para muchos, lamentablemente su mortaja.
De un tiempo a esta parte algunas instituciones de la sociedad civil, denominadas en algunos lugares como “comités cívicos” han tenido un protagonismo importante en acontecimientos sobre todo, de tipo político. Representando, según sus dirigentes y operadores políticos, a la población bajo la bandera de la lucha por reivindicaciones sean por la recuperación de recursos naturales o la defensa de intereses económicos y sociales de carácter local, regional e incluso nacional. Un caso representativo de lo señalado son los últimos acontecimientos en Bolivia, en donde a partir de movilizaciones por reivindicaciones inicialmente de tipo de económico, se terminó articulando un movimiento político a nivel nacional que juntamente con otras fuerzas políticas de oposición, policiales, militares e incluso clericales se terminó derrocando a un gobierno y se comenzó con la transición del poder que puso en crisis todo el sistema democrático boliviano.
Pero es importante dar una mirada más amplia a lo acontecido, particularmente con la participación de estas agrupaciones cívico-políticas, como estructuras económico-políticas, que al igual que otros actores, buscaron, y aún buscan, la consolidación y la toma del poder, particularmente a través de sus dirigentes de turno. Y para ello es importante analizar desde el contexto boliviano, sin que sea excluyente en otros contextos que cuentan con estructuras institucionales y funciones análogas.
Muchas de estas agrupaciones cívico-políticas en su momento fueron creadas para luchar por reivindicaciones y causas de justicia social, como la lucha por el voto popular o la recuperación de la democracia que tristemente se perdió producto de los golpes de estado dictatoriales. Sin embargo, ahora, la historia ha tomado un derrotero inesperado aunque no imposible, y, como alguna vez lo señaló Hobbes el ser humano siempre buscará su interés propio y más aún cuando tiene el poder en sus manos. Cualquier fin noble, sea institucional o no, sucumbe a la ambición de poder de los caudillos, que, como se ha visto incontables veces, termina utilizando a sus seguidores como base política de negociación o de imposición de su voluntad para tomar el poder, así sea por la fuerza o aliándose hasta con el mismo maligno (en caso de existir) si fuese necesario.
Estas agrupaciones cívicas, al asumir posiciones y alianzas políticas, en sus movilizaciones, las convierten automáticamente en actores políticos y por tanto sus intereses están ligados en función de estas actuaciones. La ventaja que tienen, con relación a otras agrupaciones políticas tradicionales, es que se asumen una legitimidad construida precisamente bajo la premisa de que “no son agrupaciones políticas” y que su trabajo es “velar por los intereses de la región” que dicen representar. No obstante, la mayoría de las veces se constituyen en plataformas para la promoción política de sus caudillos, que una vez conocidos y reconocidos, engranan la maquinaria de los partidos políticos tradicionales, ya sea de manera directa o indirecta, pese a haber sido en algún momento los más acérrimos detractores de los mismos, cuando cívicos.
Estas agrupaciones cívico – políticas, asumieron una especie de “gobierno moral” de sus regiones, construyéndose discursos de regionalismos duros, basado indiscutiblemente en un sentimiento nacionalista, que emerge a pequeña escala bajo los mismos principios doctrinarios y recalcitrantes que exacerban el sentido y sentimiento de lo regional, transformado en discursos de “la patria” y la “raza histórica” y en algunos casos haciendo incluso una nostalgia hacia el coloniaje, exaltando reiterada, sostenida pero incisivamente las supuestas injusticias contra esa patria regional y colonial, generando un resentimiento bajo la máscara de reivindicación, que en casos extremos se transforma en odio, debido a la frustración de la gente por su situación y que es achacada precisamente a esta “suerte” de injusticia permanente a la que estaría siendo sometida la región: “No recibimos lo que merecemos, después de lo que dimos” “La culpa de nuestros problemas es de los que nos tienen sometidos y humillados en esta situación”. Esos son los mensajes que se van interiorizando en las mentes de las personas, enfocando la causa del mal en el enemigo externo, en el gobernante o gobierno identificado y señalado como el enemigo del pueblo por no atender debidamente lo que el pueblo exige.
Luego, la estrategia fue mantener a las masas movilizadas y preparadas para asumir cualquier medida que dicten los caudillos, así sea el sacrificio, como se ha demostrado en los maratónicos paros cívicos en Bolivia que sumieron en hambre y pobreza a la gente más vulnerable, principalmente por la imposibilidad de acceder a sus ya exiguas fuentes de ingresos (a través de actividades laborales que requieren transitabilidad) o el acceso a los alimentos por los bloqueos indiscriminados que en situaciones lamentables terminaron incluso con brutales palizas a los que osaban reclamar por sus derechos contra los bloqueadores que los vulneraban a paciencia, indiferencia e indefensión vergonzosa del estado, pese a estar en pleno siglo XXI donde se vanagloria y exalta a los llamados estados democráticos y de derecho.
Durante estas movilizaciones en Bolivia caracterizadas tradicionalmente por los bloqueos dentro y fuera de las regiones, paro de actividades y mitines; se sumaron medidas de corte autoritario que derivó en acciones totalitarias en nombre de las llamadas reivindicaciones regionales, donde se vulneraron los derechos civiles garantizados por el marco legal normativo nacional e internacional. Derechos civiles, políticos, económicos y sociales tales como, el derecho a la libertad y a la libre transitabilidad, al acceso a la fuente laboral, a la libertad de expresión, a no ser perseguido por razones políticos y otros, se conculcaron de manera gradual hasta derivar en acciones extremas y violentas como la toma de instituciones por la fuerza, la quema de las viviendas de personajes políticos opositores. Actos que derivaron en el destrozo y quema de instituciones públicas, actos de humillación y escarnio contra autoridades políticas, obligándoles a pedir perdón y besar de rodillas a símbolos que representan la institucionalidad cívica, entre otras acciones. Se dirá que muchas de estas acciones fueron cometidas por los grupos infiltrados, pero lo cierto es que, instituciones públicas terminaron destruidas y quemadas y al calor de los ánimos enardecidos se vulneraron de manera sistemática y violenta los derechos de las personas afectadas. Frente a estos atropellos la mayoría de las fuerzas institucionales del estado callaron, por miedo y también por complicidad. Fuerzas policiales, sistema judicial y toda la institucionalidad debía elegir un bando: o estar con el movimiento político o contra el movimiento, sabiendo que estar en contra era sufrir las agresiones que diariamente se mostraban en principalmente en las redes sociales, pues la mayoría de los medios de comunicación oficial, sea escrita, radial y televisiva se sumó ciegamente a esta suerte de fiesta cruel donde se castigaba a la disidencia, declarando “enemigo del pueblo” al que osara cuestionar estos actos o se declarara contra el movimiento.
De esta manera se desencadenó en el imaginario colectivo, por un lado, la exaltación del espíritu regionalista, pues al fin la supuesta voluntad del pueblo se hacía escuchar y se hacía respetar. Gritos, consignas de nacionalismo disfrazados de federalismo, se escuchan estridentemente luego de los llamados cabildos del pueblo, donde se hacía ver ante la opinión pública, que todo el pueblo participaba y apoyaba a los caudillos. Discursos sobre discursos, que enarbolaban una doctrina de corte castrense al más puro estilo fascista “Todo con el comité cívico, nada contra el comité cívico, nada fuera del comité cívico”; obviamente, se daba por sobreentendido que el pueblo era el comité cívico. Por supuesto no se contaba con la parte del pueblo que no participaba de estos cabildos, sino que no estaba de acuerdo con las acciones totalitarias en que se imponían la voluntad de los caudillos en nombre del pueblo. Obediencia ciega de las masas y pertenencia al grupo. Quien estaba fuera, estaba civilmente muerto, como de hecho se manifestó vehementemente por muchas instituciones contra sus propios agremiados, que se sumaron a este movimiento cívico-político.
En el otro lado, la gente callaba y se sometía. Penalizaciones económicas y vetos civiles o laborales a quienes no participaban de las movilizaciones, declaratorias de traidores al pueblo con la consiguiente publicación de todos sus datos privados en las redes sociales, para que el “pueblo actúe” contra los traidores. De esta forma, se aniquilaba cualquier intento de disenso y se acallaba la libertad de expresión. La doctrina del “fascio” se infiltraba en este escenario oclocrácico: “Unidad y adhesión, así sea por la fuerza”.
Todo ello sin importar que estas acciones atentaban contra las libertades civiles y políticas tanto individuales como colectivas principalmente de los que fueron declarados traidores al movimiento; y sin importar, tampoco, las acciones para derrocar a un gobierno que fueron claramente acciones de sedición contra un gobierno, que pese a los acontecimientos y cuestionamientos, fue elegido democráticamente.
Precisamente bajo esta oclocracia (gobierno, o desgobierno según se mire, de la muchedumbre) se genera el ambiente propicio para que estas agrupaciones cívico políticas, desencadenen todos sus recursos de movilización de la muchedumbre, lo que sumado a la desinformación o en el mejor de los casos información parcial y sesgada de los medios de comunicación, generaron una matriz de opinión que realizó un buen trabajo para terminar de convencer o radicalizar aún más a la muchedumbre. De esta manera se cumplía también aquel principio político doctrinario de regímenes totalitarios como señalaba en su momento Goebbels: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo en el mismo concepto” Y el concepto central fue: “Quien no está con nosotros (comités cívicos) está contra nosotros. El pueblo somos nosotros y la voz de dios es la voz del pueblo”.
En estas agrupaciones cívico-políticas no existen ideologías ni marcos de discusión política, existe un sincretismo de intereses personales que se amparan y fortalecen bajo el paraguas del civismo, no importa el gremio, profesión, ocupación de los dirigentes y mucho menos su formación ideológica, todo vale en la carrera hacia el poder. Solo basta reconocer la frustración de la gente y la psicología de masas, para que la maquinaria cívico política identifique al enemigo y transforme esta frustración en odio, moldeando a las masas bajo un molde regionalista y ahora también religioso.
Patrioterismo y religiosidad que engranan la maquinaria para controlar a las masas, para transformarlas en un bloque de “unidad granolítica” como se llamó en manifiestos o comunicados a la opinión pública. El tema de religiosidad fue utilizado hábilmente para los fines políticos, particularmente en el derrocamiento del gobierno. La biblia en mano y toda la parafernalia puesta en escena por algunos caudillos cívicos tuvo el impacto mediático y el mensaje mesiánico esperado. Si es una obra de dios entonces se debe obedecer.
El fundamentalismo religioso de los movimientos de protesta y convulsión social, no es reciente, pues la acción francesa de 1908 dirigida por Maurice Pujo, a través de los “camelots du roi” ya estableció en su agenda como entidad socio-espiritual indivisible de la religión, toda acción de las masas como fuerza de choque de los movimientos políticos. Aunque el contexto es diferente la idea central se mantiene: Legitimizar el movimiento de la mano de dios.
El movimiento además se fortaleció por el ciego apoyo de las instituciones que formaron y forman parte de la estructura cívico política. Instituciones que, en algunos casos, incluso tienen una función social en la generación y debate de ideas como las universidades y entidades educativas quienes sucumbieron en algunos casos por intereses económicos y políticos de sus dirigentes, siempre bajo un hábil manejo del discurso regionalista-nacionalista. Si cada institución se debe a su pueblo entonces la institución debe apoyar a su pueblo. Nuevamente el pueblo era el movimiento cívico-político. Muchos dirigentes institucionales utilizaron estos preceptos para intimidar y en algunos casos para forzar bajo sanción o exclusión a su gremio a unirse y cumplir militantemente lo instruido, bajo resoluciones de asambleas dirigidas y demás formas de coacción. La individualidad y la libertad política morían en manos de discursos de los caudillos que se habían apropiado certeramente del sentido de identidad de las masas y de las instituciones en las cuales muchas personas estaban vinculadas directa o indirectamente.
El principio de acción política del corporativismo se imponía bajo el mando indiscutible de los caudillos o representantes del movimiento. La acción era lo importante y no se esperaba otra cosa de la masa. El pensamiento y la crítica no solo estorbaban, sino que se acallaban bajo insultos, intimidaciones y estigmatizaciones particularmente con ser miembro del partido político del gobierno derrocado. Una furibunda y brutal discriminación que vulneraba el derecho de libre determinación y voluntad política del individuo. Mencionar algo favorable al partido político del gobierno derrocado era pecado. Simpatizar o pertenecer al mismo era delito que se pagaba, incluso, con la muerte civil.
Como era de esperar muchos caudillos habiendo conseguido su objetivo, se posicionaron en el nuevo escenario político, esta vez repartiéndose el poder de lo que les tocó, ya sea directamente o indirectamente: ministerios, viceministerios, cargos jerárquicos y demás, aunque solo sea transitoriamente. Pero como todo actor político, el fin era tener el poder total, migajas no bastan. La ambición en el juego político es tener todo o nada, y nunca nada es suficiente.
La agrupación cívico-política cumplió su objetivo, los caudillos mesiánicos alcanzaron, aunque parcialmente su propósito, la obediencia ciega de las masas tuvo sus resultados, el poder cambió de las manos y se sigue esperando de las masas la obediencia sin cuestionar. Todo lo que haga o deje de hacer el caudillo cívico mesiánico, será justificado por sus más acérrimos seguidores. Pero no todo se mantiene estático todo el tiempo: Se puede engañar a algunos un tiempo, pero no se puede engañar a muchos todo el tiempo. Más temprano que tarde la realidad se impone y pone las cosas en su lugar. Así el espíritu militarista de los movimientos totalitarios crea conexiones y relaciones de camaradería entre sus adeptos y con la misma intensidad, pero en dirección opuesta: Castiga a quienes considera traidores, no serviles o insurrectos y los motivos usualmente se van modificando de acuerdo al cambio de mentalidad, intereses y necesidad de consolidación del poder de los caudillos. Así como en algún momento se alentó la protesta, fácilmente después puede reprimirse incluso a quienes en su momento apoyaron el movimiento.
La censura, en sus diversas formas, es el arma preferida de los regímenes totalitarios para acallar a quienes se imponen o chocan contra la voluntad del poder. De esta manera el discurso que inicialmente surgió bajo visiones de intereses regionales e identidades regionalistas cívicas, van siendo apropiadas y usadas de forma oportunista y con fines enteramente políticos por los caudillos cívicos-políticos; y desde el corporativismo orgánico se va construyendo un movimiento que hábilmente es utilizado para tomar el poder. Pero el problema no radica solamente en la hábil manipulación de los caudillos, sino en la respuesta obediente de las masas que al final siempre terminan siendo las víctimas de un movimiento autoritario y totalitario que ellos mismos ayudaron a construir. El costo de una obediencia ciega es la pérdida de la libertad.
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