LOS NACIONALISMOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA: LA RECONFIGURACIÓN DEL IMPERIO DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN ÉPOCAS VIRALES DEL COVID19

Ilustración: Nulfo Yala (2020)

El efecto de la pandemia reconfigura el mundo a medida que se queda y avanza. Ni el mundo ni nosotros que formamos parte de él seremos los mismos después.

La lucha por la libertad será un “porqué” que seguirá vigente hasta el último día que el ser humano siga en esta tierra y que inventará nuevos “cómos” para que la reivindicación de la libertad como derecho y obligación sea el propósito fundamental de la humanidad.

Para nadie es extraño que hoy se hable de un mundo que entra peligrosamente en un periodo de recesión económica, tal como lo vaticinan distintos académicos en el mundo como el profesor Jeffrey Frankel de la Universidad de Harvard, quien además hace énfasis en lo “dramático” de la situación.

La pandemia del COVID 19, ha puesto el mundo de cabeza una vez más. Pero esta vez en una crisis sin precedente en un mundo interconectado e interdependiente a través de las redes sociales, cuyo efecto informativo y desinformativo se intensifica de manera caótica e impredecible en las decisiones de los ciudadanos de la comunidad global de la que forman parte, hasta ahora.

El efecto de la pandemia reconfigura el mundo a medida que se queda y avanza. Ni el mundo ni nosotros que formamos parte de él seremos los mismos después.

Esta reconfiguración, como tendencia mundial, hasta donde se observa, acentúa el viraje planteado por Trump, hacia el resurgimiento de los nacionalismos y no solo como modelo directriz de la economía, sino también tomando el concepto de nacionalismo propuesto por Greenfeld referido a la construcción de los individuos a partir de la identidad nacional de sus países. El discurso de “América Primero” y el “Made in América” resuena ahora con mayor intensidad.

Y detrás de lo económico por supuesto llegan inevitablemente los discursos de la construcción de la “identidad nacional” que deriva en un patrioterismo peligroso, letal y muchas las veces incluso religioso, hasta llegar a consignas recalcitrantemente ultranacionalistas y militaristas al estilo de “primero la patria, luego la patria y siempre la patria” o “dios, patria y hogar” que se escucharon en acontecimientos recientes, previo al derrocamiento del gobierno, en el caso de Bolivia.

El efecto de la visión nacionalista de Trump, rápidamente se contagió en el mundo, en algunos países más que en otros. Debilitando poco a poco la estructura de un mundo globalizado e interdependiente. Algunas potencias que apostaron su desarrollo en este modelo globalizado, por supuesto tomaron una posición de defensa y asumieron el liderazgo frente a esta visión desglobalizadora, como es el caso de China.

El ideal de un mundo sin fronteras, sin banderas, sin muros, se vino abajo. Aunque, en realidad, este ideal nunca llegó a concretizarse ni siquiera en los momentos del mayor apogeo global. Se vislumbraba una débil esperanza de un mundo donde se valore y respete al ser humano como tal, independientemente de su nacionalidad o país de procedencia. Pero al final fue un sueño corto y efímero.

El efecto de la visión nacionalista de Trump, rápidamente se contagió en el mundo, en algunos países más que en otros. Debilitando poco a poco la estructura de un mundo globalizado e interdependiente.

Frente a este panorama fue China quien asumió el liderazgo en pro de un mundo globalizado, pero sin perder su profundo y arraigado nacionalismo, esta vez desde el partido comunista, que se constituyó en un modelo sui-géneris, globalizando un sistema de producción que a pasos agigantados hegemonizó y aún hegemoniza la economía del mundo desde su visión más consumista y capitalista.

En cualquier caso, esta pandemia está consolidando el poder del ejercicio del estado-nación, construido sobre una ideología nacionalista de una identidad basada en lo “nuestro” versus el “otro” o el “extraño”. En estos momentos el otro es el enfermo o el que está sospechosamente en riesgo de estarlo. Sorprendentemente se observa como algunos países niegan el ingreso a sus mismos ciudadanos, negándoles el derecho a su ciudadanía, por el miedo al contagio.  Un miedo político del que detenta el poder. Si el problema se les escapa de las manos tendrá costos políticos y eso a muchos de los gobernantes les causa realmente pánico, más que la enfermedad en sí misma. Y por lo mismo cambiarán de idea inmediatamente exista la presión política. Para el poder de turno el prestigio, la popularidad y el “rating” lo es todo y más aún en épocas de elecciones.

Esta pandemia está consolidando el poder del ejercicio del estado-nación, construido sobre una ideología nacionalista de una identidad basada en lo “nuestro” versus el “otro” o el “extraño”.

Las acciones que se generan para controlar la pandemia, tienen también una fuerte retórica de control político y ejercicio del poder. Más allá de la necesidad de algunas acciones, como por ejemplo, el tomar los recaudos para evitar el contagio, se enmascara un sofisticado mecanismo de control y ejercicio de autoridad sobre los gobernados. Se evidencia en el uso de la fuerza por parte de los cuerpos policiales y militares, justificando el ejercicio de su poder sobre los otros, en nombre del bien común. Golpeando, flagelando, privando de la libertad, sometiendo al gobernado a multas, arrestos, procesos y demás acciones de sometimiento. La mecánica del poder planteada por Foucault, resurge una vez más con fuerza descomunal en estos momentos, para que el poder se reafirme y desarticule cualquier intento del “cuerpo” (considerado por Foucault como espacio biopsicosocial donde se ejerce el poder) que cuestione la autoridad; pues en estos momentos toda acción es vista como necesaria e incluso aplaudida por algunos sometidos. La reivindicación social de las fuerzas del poder que luchan al lado de médicos, “contra el mal por el bien de todos”; reivindicación que quedará en la memoria luego que pase la tormenta. Si bien se quedará el recuerdo,  el aparato de coerción sobre el “cuerpo” continuará, esta vez de acuerdo a las nuevas exigencias del poder de acuerdo a las políticas que se diseñen para cuidar y proteger a los gobernados de cualquier pensamiento y acción considerada subversiva, especialmente si se pide libertad y democracia.

Las acciones que se generan para controlar la pandemia, tienen también una fuerte retórica de control político y ejercicio del poder. Más allá de la necesidad de algunas acciones, como por ejemplo, el tomar los recaudos para evitar el contagio, se enmascara un sofisticado mecanismo de control y ejercicio de autoridad sobre los gobernados.

El ejercicio del poder, en situaciones de pandemia, exige un control disciplinario total. Autoridades políticas y gestores del poder, a través de sus dependencias, se encargan permanentemente de dirigir las acciones para disciplinar a los “elementos subversivos” que intentan salirse del control. “Meteré a la cárcel a todo el que no cumpla”, “quien cuestione la autoridad será capturado y encarcelado” son algunas amenazas que vierten algunas autoridades o gestores del poder de turno. No solo su incapacidad para manejar situaciones de crisis como ésta sale a relucir, sino también la personalidad autoritaria que disfruta del poder: doblegando, humillando y dominando por mandato del poder. Y todo hábilmente justificado bajo la construcción de un discurso sofisticado, cargado de nacionalismo, de patria, de bien común. Un discurso protector pero que castiga, de un llamado al bien común, pero cargado de política y de represión policial y militar.

El ejercicio del poder, en situaciones de pandemia, exige un control disciplinario total.

Esta maquinaria del poder, ha traspasado el espacio físico y el tiempo sobre el que tradicionalmente se sometía al individuo, que Foucault denominó la “microfísica del poder”. Ahora el terreno de dominación ha pasado al terreno virtual y especialmente en las redes sociales. El ciberautoritarismo al que hace referencia el filósofo Paul Preciado se ha concretizado en acciones de persecución y criminalización de la libertad de expresión en las redes sociales. El caso boliviano es uno de los más representativos. A partir del anuncio de “ciberpratullajes” y persecuciones judiciales a los que usen las redes sociales en contra lo dispuesto por la “autoridad” han seguido acciones que han culminado con arrestos e inicios de sumarios y acusaciones. El control represivo y criminalizado de las redes sociales llega no solamente para someter al individuo desde su espacio biopsicosocial, esta vez también lo somete en el espacio virtual de la red. El cibernauta, de pronto, se ha transformado en cibervigilado y ciberperseguido; y todo lo que diga o no diga podrá usarse en su contra en el mundo “real” en cuanto amenace la autoridad o el discurso político impuesto por el poder.

El cibernauta, de pronto, se ha transformado en cibervigilado y ciberperseguido

La telenación o telerepública toma su forma y se configura de manera rápida e impredecible, pero inevitable para el uso del poder y el ejercicio disciplinario para castigar ser humano. Quien se atreva directa o indirecta a atentar contra el orden establecido o el discurso del poder dominante, está sujeto a una persecución online en tiempo real. Ya ni siquiera se necesitan los chips sofisticados debajo de la piel para rastreo, como lo escenificaban algunas películas de ciencia ficción. Los celulares y sus aplicaciones han ocupado ese lugar y de una manera mucho más radical y universalizada. Ahora, todo el que tiene un celular debería saber que puede ser rastreado satelitalmente a lo largo y ancho del planeta, sin posibilidad de escapatoria. El registro del último acceso, el contacto del amigo de tu amigo, el reconocimiento facial en una calle, el último mensaje o incluso hasta una foto satelital de una calle puede delatar la presencia y activar inmediatamente los protocolos de persecución.

La telenación o telerepública toma su forma y se configura de manera rápida e impredecible, pero inevitable para el uso del poder y el ejercicio disciplinario para castigar ser humano.

Con la pandemia la definición de identidad y sentido de pertenencia se ha modificado. El concepto de nacionalidad y territorialidad, entendida como la identificación del “ser” social en territorio y tiempo y cultura, utilizado como medio de cohesión y base del nacionalismo, se ha ido reduciendo, de manera que la inmunidad – comunidad, como lo planteaba el filósofo Roberto Espósito, se circunscribe en un espacio tan reducido como el que cabe en la unidad habitacional de los aislados en cuarentena. El otro, el peligroso y potencial contagio del virus, debe estar distante y lejano como si no existiera, su presencia solo podrá ser percibida a través de los dispositivos tecnológicos, una presencia fantasmagórica, como diría Derrida, impregnada de la realidad de lo que alguna vez tocamos, abrazamos o besamos, pero que ahora ya pertenecen al dominio de lo externo. Este miedo a la muerte no es otra cosa que la manifestación de la pérdida del control de las cosas que nos poseen pero creemos poseer y es a través de esas cosas que los dispositivos de control se activan intensificando el miedo. Si no quieres perderlo todo sométete y obedece, responde el poder disciplinario y dominador.

Si no quieres perderlo todo sométete y obedece, responde el poder disciplinario y dominador.

Esta traumática pero aleccionadora experiencia de confinamiento viene estableciendo además los límites de lo humano respecto del otro, del diferente, del que está ahí, pero que es sospechosamente culpable de un posible contagio. El otro ya no es solamente el extranjero es el propio vecino o conciudadano que está fuera del territorio y que no merece volver porque está infectado. Y también aquel que está en el territorio, pero que debe ser confinado, privado de su libertad porque está marcado por la enfermedad. Ya no es la lejanía ni la cercanía territorial y mucho menos la nacionalidad la que excluye y clasifica, ahora es el miedo que impregna todo a su alrededor. Un miedo que es utilizado por los gestores del poder para terminar de imponer su voluntad y su retórica política. Así el otro se vaya muriendo de hambre por el aislamiento, será perseguido y confinado, castigado y disciplinado; no importan las circunstancias ni la situación, el régimen de poder no perdona la peor subversión de todas: el grito de rebeldía de la pobreza que se revela por el hambre.

Pero el virus no tiene fronteras, no sabe de nacionalidades ni de nacionalismos. El mundo una vez más ha quedado en zozobra intentando justificar lo injustificable, como si dependiera de la nacionalidad y los nacionalismos la intensidad del ataque de la enfermedad. Cuando en realidad depende más que nunca de una colaboración mundial, de gestión de salud pública internacional, equipamiento y recursos económicos suficientes y distribuidos coordinadamente en todos los países del mundo, de estrategias de salud preventivas, de reorganización institucional mundial para atención y tantas otras acciones que son necesarias e imprescindibles. Esta pandemia al igual que otras que pusieron al mundo de rodillas, demuestra nuevamente que las banderas, los nacionalismos y por tanto las identidades nacionalistas, regionalistas y localistas (en su versión extrema) no sirven de nada cuando se trata de luchar juntos como humanidad que vive en el mismo planeta. Que en estos momentos la coerción del poder disciplinador y normalizador que solo busca el control y la docilidad del ser humano, no sirve de mucho. Ni el castigo ejemplarizador es una estrategia de lucha contra la pandemia, ni el terrorismo de estado es la solución para una enfermedad común que afecta a todos los “estantes y habitantes” (como les gusta llamar a algunos administradores del poder) humanos del planeta tierra.

El régimen de poder no perdona la peor subversión de todas: el grito de rebeldía de la pobreza que se revela por el hambre.

Y esto incluye a aquellos países imperiales que utilizan su poder para someter a otros a su voluntad. El garrote o la zanahoria, que se ha transformado en el chantaje descarado, aún más inmoral en estos tiempos de pandemia, del “si te sometes a nuestra voluntad dejaremos de estrangularte” que es una manera de decir “doblégate o muere”. Todo en nombre de supuestos ideales democráticos y humanitarios que el poder imperial ha construido y ha diseñado para imponer su voluntad en el mundo a través de los organismos internacionales que han sido creados para sus intereses o que se han sometido en el camino para legitimizar la voluntad del poder hegemónico imperial. Acompañado siempre de un poderoso sistema comunicacional a nivel planetario cuya matriz mediática es financiada y controlada por sus aparatos de difusión y creación de opinión pública mundial. Al final sigue resonando el discurso de “quien no está con nosotros, está en contra nuestra” o “la existencia del régimen enemigo amenaza nuestros intereses” que tristemente precede al uso de la fuerza bruta de las intervenciones militares. Luego de la destrucción, en medio de parafernalias anuncian posteriormente el cumplimiento de su misión “trayendo democracia y libertad a los oprimidos”. Dejando sembrado el caos, la destrucción, la muerte, el dolor y sufrimiento del “pueblo liberado” que persiste indefinidamente. Ahora el mensaje del poder dominante imperial es claro y contundente para sus enemigos: “Si quieres sobrevivir a la pandemia sométete a nuestra voluntad y te liberaremos del virus”, por supuesto el virus no es el COVID19.

Ahora el mensaje del poder dominante imperial es claro y contundente para sus enemigos: “Si quieres sobrevivir a la pandemia sométete a nuestra voluntad y te liberaremos del virus”, por supuesto el virus no es el COVID19.

Una vez más se hace necesario el reconocimiento de que el mundo es interdependiente. Y lo que afecta a unos terminará afectado a todos en algún momento. Que las luchas de hegemonía de las potencias para imponer su voluntad y someter a otros, al final es un camino perverso de un poder destructivo que terminará corrompiendo y destruyendo tarde o temprano también a los que lo ejercen y por efecto directo a sus partidarios. Que la maquinaria de sometimiento disciplinario y de normalización, alineado directa o indirectamente en el juego perverso del poder, tarde o temprano se aniquilará en una lucha con los poderes emergentes de turno que a su vez serán reemplazados por otros que converjan en intereses creados para someter nuevamente a sus gobernados y excluir y destruir a todo aquello que se le oponga. La historia del poder lo demuestra. Ciclo a ciclo, destrucción tras destrucción, aniquilación por aniquilación, el poder de turno se fortalece, se legitimiza y luego perece en manos de otro más fuerte y perverso. Al final solo cambia de manos pero nunca de fines.

El poder de turno se fortalece, se legitimiza y luego perece en manos de otro más fuerte y perverso. Al final solo cambia de manos pero nunca de fines.

De esta forma la lucha inclaudicable por la libertad sigue siendo la premisa fundamental de la emancipación del ser humano para lograr una convivencia justa y equitativa, la realización vital del “ethos” Foucaultiano. Una lucha utópica y que tal vez nunca pueda realizarse plenamente, pues los países y las nacionalidades y la perversión de los nacionalismos generados a partir de estas doctrinas excluyentes y destructivas, no dejarán de existir en mucho tiempo. Pero la lucha continuará en la misma medida, cada generación, cada experiencia pasada, cada presente normalizado y de crisis como ésta, cada momento histórico futuro, siempre tendrá al menos un ser humano que lucha por la libertad plena, que recoja la antorcha y la lleve hasta la siguiente posta, no importa el país en el que se nazca y se desarrolle, no importa la causa de lucha liberadora en su espacio-tiempo-histórico desde su nacionalidad.

La lucha por la libertad será un “porqué” que seguirá vigente hasta el último día que el ser humano siga en esta tierra y que inventará nuevos “cómos” para que la reivindicación de la libertad como derecho y obligación sea el propósito fundamental de la humanidad.

nulfoyala@gmail.com