Bajo este sistema de explotación, el desarrollo humano es lo que menos importa. El «sálvese quien pueda», resuena ahora, más que nunca, de una manera contundente e inevitable. Quien controla la producción de alimentos controlará el acceso a los mismos. La cuestión de fondo es el dinero, el que no tiene dinero no come; así trabaje incansablemente, si el sistema no le asigna valor, su trabajo no será tomado en cuenta y mucho menos remunerado económicamente y, más temprano que tarde, sucumbirá al hambre.
Mucho se debate hoy en día respecto de la problemática del uso de transgénicos en el mundo y particularmente en algunos países latinoamericanos, como el caso de Bolivia; tema que resurge, a raíz de la aprobación del reciente marco normativo (Decreto Supremo 4232), que autoriza la evaluación de semillas genéticamente modificadas (transgénicos) con fines comerciales y agro productivos; para los cultivos de maíz, caña de azúcar, algodón, trigo y soya.
Si bien este proceso no se inició recientemente, es importante destacar algunos aspectos que, usualmente, se asumen como temas colaterales o implícitos; muchas de las veces el debate surge a partir de cuán beneficioso o perjudicial resulta para la salud humana o el medio ambiente, pero se deja de lado la visibilización de los intereses existentes, detrás de las políticas que impulsan el uso estos cultivos transgénicos y los paquetes tecnológicos asociados a su producción.
Y es que, como en casi todo, existen poderosos intereses particularmente económicos y políticos que están detrás; y no solamente de los intereses de las grandes multinacionales, sino de los intereses de los poderosos grupos agroindustriales que se constituyen en los promotores del modelo económico extractivista y mercantilista corporativo.
Al final, el debate sobre la pertinencia o no de los transgénicos, se transforma en algo irrelevante. Todo lo que contribuya a la generación de la riqueza, no solamente es aceptado, sino también promovido bajo el engañoso principio de: A mayor riqueza mayor prosperidad humana. Es el funesto mundo en el que vivimos y en el que estamos sumidos, que nos demuestra, una vez más, que por más riqueza que se genere, la prioridad no es el ser humano; sino la riqueza en sí misma, a través del capital acumulado. Los millones de pobres que existen aún en los países lllamados desarrollados son una evidencia de ello; y que decir, aún, de los muchos otros millones condenados al hambre y a la miseria. Frente a ello, el producto interno bruto -que es la supuesta medida de la riqueza de los estados modernos- resulta una cuantificación absurda y fuera de lugar, ante cualquier intento y justificación que se quiera dar, forzosamente, como una medida de reivindicación humana.
En consecuencia, el propósito real de la producción con el uso de semillas y cultivos transgénicos es, intrínsecamente, generar un gran negocio y, por supuesto, favorecer la acumulación de mayores riquezas por los grupos de poder económico que gobiernan los estados; llámense a éstos empresarios, terratenientes, latifundistas o gamonales, como se refería a los mismos, Carlos Mariátegui.
Si bien existen bastantes análisis relacionados con el negocio de los transgénicos por grandes multinacionales; resulta, aún, mucho más sorprendente los mecanismos políticos y económicos que van gestionando los grupos de poder económicos regionales; que si bien están articulados con las líneas matrices de estas multinacionales, existen una alta gama de recursos locales que les brinda la anuencia y la legalidad de hacer que sea necesario para que el negocio de los transgénicos pueda operar. Y lo hacen, la mayoría de las veces, a partir de los estados y sus gobiernos qué son manejados o influenciados de una u otra manera por los mismos.
De acuerdo a las particularidades regionales, estos grupos de poder económico agroindustrial, generan un discurso muy bien pensado y trabajado en diferentes niveles, grados y estratos dentro de la sociedad. Una vez conseguido el marco legal -siempre lleno de ambigüedades que son hábilmente utilizado en interpretaciones funcionales posteriores- se procede a plantear la matriz de debate en la sociedad civil a través de los operadores comunicacionales que están a su servicio; una primera acción a interiorizar en la mente colectiva, es el sobreentendido de que cualquier iniciativa que fortalezca el aparato productivo y económico será siempre favorable para el país. La estrategia es apelar el sentido patriótico y nacionalista del ciudadano, y el supuesto interés legítimo del estado.
A partir de ahí, la estrategia consiste en ir «normalizando» la situación. Se va argumentando que son muchos los países qué utilizan los transgénicos y desde años atrás; se enfatiza en las ventajas económicas que se lograrán, principalmente, a través de las exportaciones a otros países. A través de una agresiva campaña comunicacional, especialmente, a través de las redes sociales. «Se hacer dar cuenta a la gente» que desde hace muchos años atrás ya se vienen consumiendo transgénicos en gaseosas y alimentos procesados; y que, por tanto, somos la prueba viviente de que los transgénicos no causan ningún daño; y que, quiénes se oponen son grupos ecologistas radicales o con intereses políticos creados contra los sectores “vanguardistas y productivos” del país.
Posteriormente viene la fase persuasiva; es la fase de los pronunciamientos corporativos realizados por las instituciones productivas que conforman estos grupos de poder agroindustriales; de incansables y maratónicos conversatorios; y de las justificaciones, a partir de supuestos eruditos y publicaciones que presuntamente invalidarían los argumentos contra el uso de los transgénicos, tildándolos de simples especulaciones y sin ninguna evidencia científica. En esta fase existe, además, una amplia cobertura por instituciones educativas, sobretodo de universidades privadas, que forman parte del conglomerado empresarial, vinculado a estos grupos de poder. Infortunadamente se suman, también, algunas universidades públicas; sea por su silencio o, peor aún, alineándose al discurso trillado e insustancial de “la razón” del progreso nacional y la productividad. Se presentan, por ejemplo, estudios de presuntos expertos; donde se proclama que los transgénicos supuestamente requieren menos agua, menos erosión de los suelos, menos plaguicidas; que gracias a sus particularidades genéticas se estaría eliminando prácticamente las plagas y, a la vez, se estaría reduciendo el uso de plaguicidas cancerígenos. Sumado a ello, el discurso conocido, que con estos cultivos transgénicos se va a mejorar los ingresos de los pequeños productores.
Por supuesto, cada uno de estos argumentos puede ser ampliamente rebatido desde distintos enfoques ecológicos, sociológicos, políticos, etc.; pero, lamentablemente, muchas veces, el colectivo social ha sucumbido al adoctrinamiento del discurso desarrollista de los grupos de poder. Este «supuesto» modelo de desarrollo económico se convierte en una consigna, hasta llegar a ser interiorizada y formar parte de la cultura, tradición e incluso cosmovisión de la sociedad; como sucede en el caso boliviano, particularmente, en la región agroproductiva del oriente del país.
Una vez conseguidos estos objetivos, cualquier acción o reacción posterior es intrascendente; la maquinaria está engranada y lista para funcionar. El modelo extractivista agroindustrial nuevamente se ha impuesto, esta vez a partir de los cultivos transgénicos. Cualquier debate o cuestionamiento posterior, servirá en el mejor de los casos, para maquillar el proceso. Se introducirán, incluso, toda una parafernalia de tecnicismos afables al proceso productivo; tales como: prácticas amigables con el medio ambiente, restauración ambiental, control e implementación de medidas de bioseguridad, etc., pero se lo hará, solamente, para guardar las apariencias y terminar de acallar cualquier cuestionamiento de fondo.
El modelo explotador, extractivista y capitalista prevalece. No importa si el gobierno sea de izquierda o de derecha, el objetivo final es la generación de riqueza; que, por supuesto, al final solo hará más ricos a los que ya son ricos y que, muchas veces, directa o indirectamente, son precisamente los que detentan u operan el poder. En este escenario cualquier oportunidad será aprovechada al máximo, como en el caso de los transgénicos. El beneficio máximo sin medir las consecuencias; aun cuando el costo sea la vida misma en el planeta.
Se habla de generar riqueza, pero no se dice para quién. Se dice que el uso de los transgénicos se constituye en una oportunidad maravillosa para generar empleo, pero en los vaivenes y fluctuaciones del mercado de lo primero que se prescinde cuando las cosas van mal es, precisamente, del empleado; lo que importa, al final, es garantizar la ganancia del empresario.
Detrás de discursos nobles, de propósitos altruistas y de consignas de prosperidad y desarrollo económico, se aliena la voluntad del ser humano; el trabajador debe agradecer la oportunidad de empleo que se le da, así sea bajo condiciones de explotación y de retribuciones míseras, comparadas con las ganancias de los dueños del «negocio» y el capital.
Nuevamente, en el caso de los transgénicos, la premisa utilizada es «la alimentación como negocio». El capital lo tiene el empresario; la tierra, que está en manos de los grupos de poder económico o de gremios corporativos protegidos como tierras comunitarias de origen, es monopolizada y explotada hasta resecarla, bajo la consigna “imperiosa” de no dejar tierra improductiva. El trabajo, en condiciones de explotación, se transforma en la razón de vida del trabajador; alienado, explotado y desechable, pero agradecido.
Bajo este sistema de explotación, el desarrollo humano es lo que menos importa. El «sálvese quien pueda», resuena ahora, más que nunca, de una manera contundente e inevitable. Quien controla la producción de alimentos controlará el acceso a los mismos. La cuestión de fondo es el dinero, el que no tiene dinero no come; así trabaje incansablemente, si el sistema no le asigna valor, su trabajo no será tomado en cuenta y mucho menos remunerado económicamente y, más temprano que tarde, sucumbirá al hambre. Es la perversa obsesión del sistema económico por la máxima productividad y la riqueza, que define y decide que debe ser considerado como trabajo y que debe ser desechado, de acuerdo a sus necesidades e intereses. Es la perversión de un mundo que produce y tiene la capacidad de producir, casi el doble de alimentos que se necesita para la subsistencia de toda la población humana; pero que, paradójicamente, millones se mueren de hambre, a la vista e indiferencia de otros que prefieren desechar toneladas de alimentos a la basura.
Encima de todo, ahora, se deforestan y habilitan inmensas superficies de tierra para la producción de cultivos transgénicos con fines de producción de agrocombustible, como si en estos momentos fuera una prioridad. La mayoría de los países que compran esta producción no lo hacen realmente por necesidad, pues tienen almacenados ingentes cantidades de petróleo y otros recursos energéticos. Lo hacen para potenciar su dominio y el control del mercado energético global. No importa que los países productores de transgénicos tengan a gran parte de su población sumida en la pobreza y el hambre; mientras haya quien compre, toda la maquinaria del estado se dirigirá para garantizar que los grupos de poder económico, dueños de la Tierra y del capital, puedan satisfacer la demanda. Todo en nombre del famoso “dogma” del desarrollo económico del país.
El Producto Interno Bruto (PIB) se ha convertido en una medida que sólo mide el incremento de la riqueza de los tienen el control absoluto de los recursos; y, por tanto, el poder para decidir, en última instancia, quién come y quién no.
El modelo agroproductivo, extractivista y explotador crea las condiciones necesarias para la dependencia alimentaria. Es el mismo sistema que repite hasta el cansancio que los recursos son limitados, y que no alcanzan para satisfacer las necesidades humanas; dogma central de la teoría económica, diseñada e impuesta por los mecanismos de poder que regulan y gestionan el sistema, para que nada se salga de su control. Y, esta vez, lo hacen con la panacea de lo transgénico; prometiendo que con su uso se solucionarán los problemas alimentarios de los más vulnerables, que serán baratos y accesibles; por supuesto, sin importarles en lo más mínimo, los cuestionamientos de las posibles consecuencias para la salud, lo descabellado de destinar ingentes extensiones de suelo cultivable o la despiadada ampliación de la frontera agrícola, en desmedro de bosques y naturaleza viva. La razón de explotación económica, siempre, termina por someter e imponerse con el discurso de progreso y desarrollo en la opinión pública. Sin embargo, en realidad sólo se trata de acumulación de riqueza; la avaricia y codicia desmedida de los grupos de poder agroindustrial, que son, en definitiva, los dueños del negocio.
Frente a este escenario, la respuesta necesaria e inexcusable es cortar las cadenas de la dependencia alimentaria; es buscar los mecanismos para una efectiva autonomía y autodeterminación del ser humano para su supervivencia. Y; eso es, recuperar y rescatar el concepto de soberanía y seguridad alimentaria, reivindicando todas las iniciativas y acciones conducentes a este fin. Es el caso, por ejemplo, de la Declaración de Nyéléni, en el Foro por la Soberanía Alimentaria, realizado en Mali en el año 2008. Foro en el que se establece, como núcleo fundamental y prioritario, la seguridad alimentaria del ciudadano por sobre los intereses mercantiles y comerciales de los conglomerados corporativos agroindustriales; priorizando el apoyo efectivo y real al pequeño agricultor, la producción de alimentos ecológicamente sostenibles y la disponibilidad y accesibilidad de alimentos para la población particularmente vulnerable; reivindicando el principio del derecho humano a la alimentación, por encima de cualquier interés económico o mercantil.
Una soberanía alimentaria establecida a partir del principio de autodeterminación autonomía y autogestión de las personas; facilitando el acceso a la tierra, al agua, a los recursos genéticos y la gestión para una distribución efectiva de los alimentos; particularmente en las poblaciones vulnerables. Producir para alimentar a la humanidad y no para engrosar la codicia de riqueza de los grupos corporativos agroindustriales; dignificando y valorizando el trabajo y el esfuerzo de todas aquellas personas que por iniciativa propia, por ejemplo, van produciendo sus propios alimentos, aún en reducidos espacios de confinamiento y sin ninguna oportunidad de acceso a la tierra. Es el caso los huertos urbanos, por ejemplo, que se constituyen en una acción revolucionaria y concreta contra la dependencia del modelo extractivista y explotador el sistema. Esta acción, por sí sola, además, visibiliza la injusta e inmoral apropiación de los recursos por parte de los grupos de poder corporativos agroindustriales; tendrán toda la tierra para su avaricia, pero no cuentan con la capacidad de innovación del ser humano, que se las ingenia para producir alimentos, utilizando, incluso, como envases autoregantes a las botellas plásticas que el consumismo desenfrenado descarta.
Por tanto, la acción de resistencia al uso de los cultivos transgénicos, se vuelve una lucha legítima por la emancipación humana en la búsqueda de su soberanía alimentaria. Una lucha legítima de resistencia a los intereses económicos corporativos, que buscan lucrar, paradójicamente, con la necesidad de alimentos y el hambre de las personas. Lograr la independencia y el autocontrol para garantizar la seguridad alimentaria es, y será, cuestión de supervivencia. Tarde o temprano, el modelo extractivista y explotador agroindustrial colapsará inevitablemente por el propio peso de su ambición; pues como cualquier actividad extractivista, ésta no es sostenible en el tiempo. Pero lo que sí serán sostenibles son todas las iniciativas de acción y de resistencia, esfuerzos que, por pequeños que parezcan, contribuyen a la búsqueda y la construcción de la soberanía alimentaria; para garantizar la autonomía productiva, acceso y disponibilidad de alimentos para los seres humanos. Un frente estratégico y fundamental en la lucha por la libertad y la liberación del ser humano.
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