La Autonomía está herida de muerte por politiquería y corrupción. Y lo lamentable e irónico del asunto, es que muchos de los que llevaron a esta situación siguen siendo autoridades y dirigentes de las universidades bolivianas.
Los acontecimientos recientes en la Universidad Autónoma Tomás Frías de Potosí-Bolivia, se constituyen en un trágico desenlace, particularmente por las 4 vidas y la gran cantidad de heridos producto de la avalancha humana que desembocó en la Asamblea Estudiantil del fatídico 9 de mayo pasado. Aunque la debacle de las universidades públicas, se vive casi cotidianamente con uno u otro acontecimiento que echa cada vez más tierra a la agonizante autonomía; lo acontecido, ha sobrepasado hasta los más pronósticos aventureros de la crisis terminal en la que se encuentran las universidades bolivianas. Nos gustaría pensar que con esta hecatombe se ha tocado fondo, pero lamentablemente se sigue en caída libre, con consecuencias que ojalá no terminen con otros desenlaces tan funestos y dolorosos como lo acontecido.
Esta crisis no es reciente, se ha venido forjando desde hace mucho tiempo. Las intromisiones de la corruptela político partidaria en Bolivia, la formación de grupos de poder, las alianzas de corrupción y mediocridad docente-estudiantil y los más bajos intereses de muchos de los otroras dirigentes estudiantiles, convertidos muchos de ellos en actuales docentes, ha venido consolidando una suerte de «usos y costumbres» en las que se ha normalizado el uso y abuso de poder de estos grupos, en nombre y bajo amparo de la denominada «Autonomía Universitaria».
EL ideario de la Autonomía, fue una conquista revolucionaria, que tuvo su momento culminante en el denominado «Grito de Córdoba» en 1918. Este ideario que le dada la tan ansiada «libertad» a la Universidad en sus reformas, para buscar la liberación de los pueblos, a través de la ciencia y el desarrollo del pensamiento desde cada región y cada contexto para el bien de la humanidad, ha sido vilmente sodomizado y puesto al servicio de los intereses de los que se sirvieron para llegar a espacios de poder y conservar sus privilegios, sean docentes o estudiantes.
Cada época tuvo sus representantes. Como olvidar, por ejemplo, que durante la Dictadura de Banzer (1971-1978) o García Meza (1980-1981), se contaron con operadores y gestores políticos dentro de las universidades, que no solo sirvieron como agentes; sino también, propiciaron las intervenciones, con los posteriores y trágicos desenlaces que pagaron muchas de las víctimas, hasta con sus propias vidas.
Actualmente la situación en las universidades públicas, bajo una aparente y ficticia «apariencia democrática» enarbola discursos de «defensa de la autonomía», con altisonantes parafernalias y compromisos, incluso, hasta de «dar la vida por la autonomía»; cuando, paradójicamente, los mismos que se desgarran las vestiduras, son los que han llevado la situación de crisis hasta el extremo en la que nos encontramos. La institución, al igual que una manzana podrida, salta pus por donde se la toca. Testigos mudos son aquellos docentes y estudiantes, que impotentes observan, como hacen de las suyas todos aquellos que tienen la habilidad para manejar a las masas a su antojo y conveniencia, bajo amenaza y censura, de aquellos que osen cuestionar mínimamente sus mañas y oscuros fines. El miedo a ver truncados los estudios de los estudiantes que realmente entraron a la universidad a estudiar o el miedo de los docentes a quedarse sin trabajo u obligados a someterse bajo amenazas de procesos, pesa más que cualquier acto de valor para la denuncia.
A ello se suma, por supuesto, el contubernio en el que también participan, directa o indirectamente, organizaciones sociales, cívicas e inclusive medios de comunicación, para censurar o ejercer su poder sobre cualquier posible disidencia. Situaciones extrañas y extremas; normalizadas, por ejemplo, en la Universidad Autónoma Tomás Frías, no hace mucho, se reflejó en candidaturas a senadurías, alcaldías y otros, por dirigentes de sindicatos y autoridades académicas, que cínicamente, no tuvieron el mínimo reparo en participar de estas contiendas políticas, aún sin haber renunciado a sus cargos dentro de la universidad. O el caso de las contrataciones recientes de asesores, que en su momento fueron actores o candidatos políticos conocidos, pese al periodo de austeridad económica actual, en la que están expresamente prohibidas las contrataciones de nuevo personal.
La conclusión es evidente, la Autonomía solo ha servido y sirve para los intereses de grupos de poder o grupos políticos que operan a través de las universidades, para sus bajos y mezquinos intereses políticos, aún a costa de usar, manipular y corromper a los estudiantes y docentes, para sus fines. Lo vergonzoso y lastimero del asunto, es que muchos nos damos cuenta de esto, pero no hacemos o no podemos hacer nada. La censura se amplía también a estratos político cívicos. Actualmente, por ejemplo, la dirigencia cívica de Potosí, está conducida desde la universidad. El recuerdo de las persecuciones, golpizas, amedrentamientos, bloqueos, tapiados (hasta incluso de la Fiscalía), quema de cortes electorales y otros cometidos por algunos denominados cívicos (actualmente algunos prófugos de la justicia) está reciente en la memoria de las víctimas. Todo ello sin contar la corrupción y la extensa documentación; como los hechos publicados en el informe del Ministerio de Transparencia Institucional y Lucha contra la Corrupción en el 2015 o el amplio reporte de casos publicados en periódicos de circulación de Bolivia.
La Autonomía está herida de muerte por politiquería y corrupción. Y lo lamentable e irónico del asunto, es que muchos de los que llevaron a esta situación siguen siendo autoridades y dirigentes de las universidades. Actualmente se viene desarrollando el XIII congreso de Universidades, y se ha sembrado en la mente de toda la gente (a través de algunos medios de comunicación funcionales y el aparato propagandístico) que, en este espacio se buscará solucionar los problemas de la universidad boliviana. Pero se olvidan decir que, los actores (o sus herederos) de esta situación siguen omnipresentes, organizando, manipulando, haciendo pactos de mediocridad, corrompiendo y comprando conciencias; siguen aquí, como un cáncer terminal, frotándose las manos de satisfacción, pues el discurso y los aliados cambian, pero sus fines aciagos y oportunistas, nunca. Ya lo dice el refrán «maña y figura hasta la sepultura».
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