De esta manera el ideario de libertad e independencia que pregonaba la autonomía universitaria se ha transformado en impunidad, en esta suerte de microestado universitario, donde el llamado «cogobierno» se ha convertido en una dictadura, lucha de poderes y alianzas putrefactas, como un cáncer terminal que parasitariamente no termina de matar al enfermo.
Por Nulfo Yala
Recientemente el Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Luis Arce, se ha pronunciado respecto de la situación de las universidades públicas del país, señalando que los resultados en la educación superior son insatisfactorios en su generalidad; de igual manera que, no se ha logrado cumplir las expectativas con relación a la investigación que debería desarrollarse en las universidades. Producto de ello, Luis Arce, señala que las universidades actualmente se encuentran en los últimos puestos del ranking mundial, e incluso, latinoamericano.
Estas aseveraciones, son del todo evidentes. Más aún a sabiendas que el Presidente forma parte del plantel docente de la Universidad Mayor de San Andrés, desde hace varios años atrás, en la ciudad de La Paz, y por tanto es conocedor directo de la situación en la que se encuentran las universidades públicas en Bolivia.
Esta situación de crisis, como lo manifestamos, en anteriores artículos, es una lenta y inminente decadencia, que viene arrastrándose, tolerándose; e incluso, promoviéndola directa o indirectamente (por acción u omisión) por todos los actores relacionados con las universidades: la comunidad universitaria, la sociedad en su conjunto; y por supuesto, el Gobierno.
Parte de esta problemática, ha sido precisamente el aprovechamiento nefasto de la denominada y mal llamada «autonomía universitaria». Bajo este paraguas, se ha venido tejiendo una intrincada red de corrupción que alcanza y rebasa, inclusive, la misma estructura que la genera. No se debe olvidar, por ejemplo, que repetidamente se observa cómo «dirigentes de otrora» que convulsionaron, bloquearon, agredieron y transgredieron el ordenamiento jurídico en el país, bajo el amparo de la autonomía, por intereses caudillista y de manejo prevendal y político (tanto en el estamento docente, administrativo y estudiantil) terminan siendo reciclados y reclutados en los diferentes partidos políticos, incluido del actual gobierno. Cómo no olvidar, por ejemplo, del dirigente estudiantil que mantuvo cerrada la universidad de Potosí, por más de 7 meses y que luego fue reclutado para ser diputado por el partido político del MAS. Cómo no recordar que, otrora, dirigentes universitarios que en nombre de la autonomía cerraron universidades públicas a vista y paciencia de todos; bloqueando, creando grupos de choque para amedrenter y agredir a los estudiantes que sí querían estudiar, fueron luego captados por partidos políticos, para ser alcaldes o alcaldesas, consejales, viceministros (algunos dirigentes universitarios que fueron viceministros, sin ni siquiera haberse graduado de la universidad) y otros cargos políticos.
Es decir, las universidades se han transformado en una suerte de «escuela» en prácticas de corrupción y manejo político, donde hacen sus primeras armas los supuestos «líderes políticos» (entiéndase como politiquero), en donde se visibilizan para llamar la atención reclutadores políticos, para luego ser utilizados y muchas veces también desechados, como sucede frecuentemente en la vía de la politiquería en Bolivia. De esta manera las universidades públicas se han transformado en el semillero de cuadros políticos que vienen engrosando el sistema de corrupción político prebendal que caracteriza, hoy en día, a Bolivia.
Por supuesto, en este escenario, el desarrollo científico y académico, es lo que menos importa, no solo al interior de las universidades, sino también hacia afuera. Cuántos meritorios profesionales que se empeñaron en formarse son ilustres desempleados o con trabajos precarios, precisamente a mercer de los poliqueros, que poco les importa la capacidad y profesionalismo. Si no amarra los huatos del político ni participa de los rituales de alcoholización o de mediocridad de sus colegas (que trabajaron para que salga electo el candidato) prácticamente se queda en la calle a merced de otros politiqueros de ligas más bajas, que además pedirán favores de todo tipo (no solo económicos) para mantenerse en el trabajo.
Y seguimos la linea conductora del poder, llegaremos a la reveladora pero trágica evidencia, que es la sociedad, la gente misma, quien elige a sus representantes. En consecuencia, esta suerte de realidad que nos toca vivir, no solo es tolerada sino también establecida y sostenida por la gente que elige, normaliza y mantiene esta situación en la que nos encontramos en el país.
Se dice que la universidad se debe a su pueblo, y esto a muchos causa consternación y temor. Si el pueblo, al que hace referencia, tiene en su idiosincracia, la corrupción como norma y «modus vivendi», entonces la universidad será precisamente el reflejo de su pueblo. Y como un circulo vicioso uno retroalimentará al otro de manera perversamente sostenible.
Frente a este panorama, las posiciones y decisiones del Gobierno, contribuyen agravando esta debacle; no solamente por el interés de la ganancia política que implica el controlar a las universidades públicas, sino también por ausencia de una visión integral del auténtico rol que debería cumplir las universidades, para el desarrollo de la ciencia y tecnología en Bolivia.
Se observa, en este último caso, por ejemplo, como las exigencias del aparato gubernamental a las universidades, se reduce a inadecuadas exigencias administrativas, sin comprender a cabalidad los sistemas educativos, que tienen una complejidad y particularidad propia; como son, los sistemas en la educación superior. Es el caso de la política de privatación gradual a la que son sometidas, indirectamente, las universidades públicas, con imposiciones mercantilistas y de fines de lucro. Es el caso de las famosas «matrices de compromiso» a la que están obligadas muchas universidades por el déficit presupuestario (dicho sea de paso por cuestionables decisiones de autoridades universitarias que gastaron más de lo que debían de sus presupuesto) en las cuales algunas universidades se comprometen con el gobierno para generar ingresos, a través de cursos, matrículas, prestación de servicios de consultoría, etc. Es decir, transformando a la universidad en un mero ente prestador de servicios con fines de lucro, compitiendo con empresas consultoras privadas y otras, para generar ingresos. Esto desvirtúa y despoja totalmente la razón de ser de una universidad pública, que es precisamente la búsqueda de la excelencia y calidad en la formación académica y el desarrollo de la ciencia.
La llamada «autonomía universitaria», en su momento fue una medida revolucionaria, a partir de la revolución de 1918 en Córdoba, para mantener la independencia ideológia, científica y política de las universidades. Lamentablemente hoy en día, la autonomía se ha vuelto contra su razón de ser; es decir, contra los fines altruistas para los cuales fue creado. Paradógicamente es utilizada, ahora, para perpetuar el contubernio del pacto de mediocridad docente estudiantil, donde los unos hacen que enseñar y los otros hacen que aprender, donde existen docentes anquilosados en decrepitud intelectual y eternos estudiantes (recuérdese los casos de corrupción recientes de estudiantes que utilizaron la dirigencia para perpetuarse beneficiarse de su posición). Docentes y estudiantes vegetando inamobibles e intocables. Una mentira pactada y acordada para mantener la corrupción, la prebenda y los intereses de poder de grupos; y, por supuesto, de dirigentes que utilizan la institución como trampolín político para proyectarse en las defenestradas ligas de la politiquería corrupta que caracteriza al país.
De esta manera el ideario de libertad e independencia que pregonaba la autonomía universitaria se ha transformado en impunidad, en esta suerte de microestado universitario, donde el llamado «cogobierno» se ha convertido en una dictadura, lucha de poderes y alianzas putrefactas, como un cáncer terminal que parasitariamente no termina de matar al enfermo.
Por supuesto, esto es insostenible; al menos si queda algo del sentido de decencia, integridad y apego al sentido de la dignidad por parte de la sociedad. Más temprano que tarde la decadencia parasitaria, arrastrará a todo el sistema universitario a su crisis terminal, irremediable y definitiva, que será un despertar doloroso y demoledor a la realidad en la que, como país y sociedad, estamos sumergidos y de la cual directa o indirectamente, todos somos responsables.
La cuestión que queda es ¿Se puede hacer algo todavía?. El presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, intenta con cautela y cálculo político, develar solamente la punta del iceberg. Pero, por supuesto, como docente antiguo del sistema universitario, conoce muy bien toda esta problemática. Tomando su crítica, la pregunta es ¿Qué hará ahora, él, como máxima autoridad del país y como docente universitario, para solucionar estos problemas estructurales por los que atraviesan las universidades públicas en Bolivia? Y sobre todo, nosotros como sociedad ¿Seguiremos guardando un silencio cómplice, normalizando todo la pravedad que sucede, al interior de las universidades, ante nuestros ojos?
nulfoyala@gmail.com