Por: Nulfo Yala
Lo que alguna vez fue una nación víctima se ha convertido en el agresor, una ironía amarga que pone de relieve las complejidades y contradicciones de la historia humana. La lucha por la existencia se ha transformado en una lucha por la supremacía, donde las víctimas de ayer son los perpetradores de hoy.
En el complejo telón de fondo de los conflictos geopolíticos contemporáneos, se revela un patrón perturbador de transformación y contradicción. Uno de los casos más prominentes de esta dinámica es el Estado de Israel, cuya trayectoria histórica ha experimentado una metamorfosis sorprendente y desgarradora.
Inicialmente, el Estado de Israel emergió como un símbolo de la tragedia humana, marcado por el Holocausto y el sufrimiento indecible de millones de personas. Sin embargo, con el paso del tiempo, este país ha asumido un papel muy diferente en el escenario mundial, uno teñido por la violencia y el derramamiento de sangre.
Más de 30,000 vidas, a la fecha, han sido reclamadas por esta nueva fase de conflicto del Estado de Israel con el Pueblo Palestino, y entre los más afectados se encuentran los más vulnerables: niños, mujeres y ancianos. Este cambio ha sido acompañado por la ocupación territorial del Pueblo Palestino, una acción que ha llevado a una disminución constante de su espacio vital.
Lo que alguna vez fue una nación víctima se ha convertido en el agresor, una ironía amarga que pone de relieve las complejidades y contradicciones de la historia humana. La lucha por la existencia se ha transformado en una lucha por la supremacía, donde las víctimas de ayer son los perpetradores de hoy.
Sin embargo, esta narrativa distorsionada de autodefensa y supervivencia se desmorona cuando se examinan más de cerca los hechos. El grupo Hamas, culpado por el Estado de Israel como la causa de sus acciones militares, no representa la totalidad del Pueblo Palestino. Además, las víctimas de esta guerra desigual no son solo los miembros del grupo Hamas, sino una población indefensa atrapada en el fuego cruzado, incluso, sorprendente y trágicamente en hospitales y escuelas.
Detrás de este trágico escenario, se vislumbran los intereses geopolíticos e imperiales del Estados Unidos, cuya ambición por el control militar en Oriente Medio ha encontrado un aliado en el Estado Israelita. Este último, que, lejos de ser el bastión de la autodefensa, se ha convertido en un instrumento dócil en manos de un imperio en decadencia.
En el escenario global, la complicidad y el silencio de las Naciones Unidas son evidencia de su esterilidad e incapacidad para asumir una posición definida y efectiva en la búsqueda de un alto al fuego para detener la masacre. Este organismo, una vez un faro de esperanza para los más vulnerables, ahora yace en la oscuridad de la inacción, impotente ante el sufrimiento que se despliega ante sus ojos. Su obsolescencia se acentúa aún más por su funcionalidad diligente cuando los intereses de las potencias globales, especialmente el imperio estadounidense, así lo requieren.
La complicidad cobarde se extiende más allá de la incapacidad e impotencia del Organismo de las Nacines Unidas. Europa y gran parte del mundo occidental, adoptan una actitud sumisa e interesada, cerrando los ojos ante los crímenes del Estado de Isreal. Estos países, que alardean de ser campeones de los valores democráticos del mundo occidental, son víctimas de su propia hipocresía. Mientras predican sobre los derechos humanos y la justicia, su complicidad se manifiesta en la prestación de ayuda militar, el financiamiento y el equipamiento para las masacres llevadas a cabo del Estado de Israel contra el Pueblo Palestino.
Esta duplicidad moral es una afrenta a la dignidad humana y una traición a los principios fundamentales que supuestamente defienden. El doble rasero es tan vergonzoso como destructivo, erosionando la credibilidad de aquellos que pretenden ser guardianes de la democracia y los derechos humanos.
Las preguntas se multiplican en un escenario marcado por la tragedia y la ambigüedad moral. ¿Dónde quedan las lecciones de la derrota del nazismo, esa página oscura de la historia que tantas vidas cobró y tanto sufrimiento sembró en el mundo? ¿Es posible que estemos presenciando el resurgimiento de un nuevo holocausto, esta vez perpetrado por el Estado de Israel, que antes fue víctima y ahora se ha convertido en verdugo, dirigiendo su violencia contra el Pueblo Palestino?
Estas interrogantes se profundizan al contemplar el apoyo de países de la Unión Europea y Estados Unidos, junto con sus aliados, a regímenes que evocan fantasmas del pasado, como el nazismo y el fascismo. ¿Cómo es posible que aquellos que una vez lucharon contra estas ideologías totalitarias ahora las justifiquen y respalden en nombre de un supuesto derecho a la defensa? ¿Acaso estas ideologías han resurgido de las cenizas, adaptándose y metamorfoseándose para continuar su ciclo de odio y destrucción?
Es una reflexión inquietante, una llamada de atención para examinar críticamente nuestros compromisos y valores. ¿Es posible que el nazismo haya vencido de alguna manera, perdurando en formas sutiles, pero igualmente mortíferas, mudando de piel, pero manteniendo intacto su veneno? ¿Nos encontramos frente a una metamorfosis del odio, dirigido ahora hacia otros pueblos que se han convertido en víctimas de estas ideologías destructivas que todavía perduran?
Son preguntas incómodas pero necesarias en un mundo que se enfrenta a la complejidad de su propia historia y a las sombras que acechan en el horizonte. La memoria del pasado debe guiarnos hacia una comprensión más profunda del presente, y hacia la acción decisiva para evitar que los errores del pasado se repitan en un ciclo interminable de violencia y sufrimiento.
nulfoyala@gmail.com