A LAS PUERTAS DE UNA NUEVA GUERRA MUNDIAL: PERSPECTIVAS EN EL CONFLICTO OTAN-UCRANIA Y RUSIA

Por: Nulfo Yala

En medio de este panorama desolador, la voz de la razón y la cordura parece ahogarse en el estruendo de los tambores de guerra. La opinión pública en Europa y el resto del mundo clama por la paz y la negociación, pero los poderes que manejan las palancas del poder militar parecen sordos a estas súplicas. La carrera armamentista y las demostraciones de fuerza son el nuevo lenguaje diplomático, mientras el mundo observa con temor y desesperación, consciente de que cada paso en falso puede precipitar un abismo del cual no hay retorno.

El conflicto entre Rusia y Ucrania ha escalado a un punto crítico, un punto de no retorno que pone en vilo y temor a millones alrededor del globo. Las sombras de antiguas rivalidades y ambiciones geopolíticas se proyectan ominosamente sobre el escenario internacional.

Desde las capitales occidentales, las voces de la OTAN y Estados Unidos resuenan con una retórica de defensa de los valores democráticos y la libertad, mientras buscan mantener su hegemonía en un mundo que cada vez más desafía el orden unipolar que han tratado de establecer. Ambiciones imperiales, disfrazadas de altruismo y justicia global, se mezclan con estrategias políticas y militares que amenazan con arrastrar al mundo hacia una espiral de confrontación y sufrimiento humano.

Sin embargo, detrás de las máscaras de la retórica y las justificaciones geopolíticas, yace la cruda realidad de la historia: ningún imperialismo es benigno. La historia nos ha enseñado, repetidamente, que el poder concentrado en manos de unas pocas naciones o alianzas casi siempre se traduce en opresión, injusticia y sufrimiento para aquellos que se encuentran en la periferia de ese poder.

Es crucial considerar que la desconcentración del poder podría ser un paso hacia un mundo más equitativo y pacífico. Mientras las hegemonías pierden su agarre y la multipolaridad emerge como una posibilidad tangible, existe la esperanza de que ningún bloque de naciones pueda imponer su voluntad sobre otros sin consecuencias significativas. La historia nos recuerda que los imperios, por su propia naturaleza, han explotado y subyugado en nombre de intereses egoístas disfrazados de civilización y progreso.

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No es difícil ver cómo el poder, cuando se ejerce sin límites ni escrúpulos, puede desencadenar el peor lado de la humanidad. Estados Unidos, una potencia mundial indiscutible, ha dejado un rastro de intervenciones y conflictos que manchan su historia. Desde las devastadoras bombas nucleares lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki hasta el respaldo a regímenes autoritarios y golpes de estado alrededor del mundo, su papel en la escena internacional ha sido cuestionado y temido por muchos.

El reciente genocidio en Gaza, perpetrado por Israel con el apoyo implícito de Estados Unidos, es otro capítulo oscuro en este relato de poder y hegemonía. La justificación de intereses estratégicos y geopolíticos parece prevalecer sobre los principios éticos más básicos, mientras la voz de los oprimidos se pierde entre las explosiones y los gritos de dolor.

Lo que intensifica aún más esta narrativa son las nuevas potencias y sus ansias por afirmarse en el escenario mundial. Rusia, con su arsenal nuclear y una historia de resistencia demostrada en la segunda guerra mundial, por ejemplo, no duda en recordar al mundo su capacidad de respuesta ante cualquier amenaza percibida. El conflicto en Ucrania, alimentado por las ambiciones de la OTAN y Estados Unidos, es un recordatorio vívido de cómo los juegos de poder y las estrategias geopolíticas pueden llevar a naciones enteras al borde del desastre.

Ucrania, en medio de esta tormenta, se convierte en un peón en el tablero de la política global. Seducida por promesas de apoyo militar y la perspectiva de una integración europea, su gobierno antes de buscar una negociación realista, se aventuró bajo las promesas de la OTAN a intensificar el conflicto militar con Rusia, creyendo quizás ingenuamente en la posibilidad de una victoria y en una entrada triunfal en la OTAN. La realidad, sin embargo, ha sido brutal y dolorosa, dejando a su pueblo atrapado entre las garras de dos gigantes que luchan por el control y la influencia en una región estratégica.

El telón de fondo de la política global se tiñe cada vez más con los colores sombríos de la guerra y la confrontación. Ucrania, una nación en la encrucijada entre el este y el oeste, se convierte en el epicentro de tensiones que podrían desencadenar consecuencias catastróficas a escala mundial. Desde la caída de la Unión Soviética, el acercamiento de Ucrania a la OTAN ha sido visto como un movimiento estratégico para debilitar la influencia rusa y consolidar el dominio occidental en el tablero geopolítico del siglo XXI.

Sin embargo, detrás de las estrategias y alianzas, se despliega una tragedia humana desgarradora. Las vidas perdidas, tanto de ucranianos como de rusos, en los conflictos armados son cifras frías que no capturan el verdadero costo del sufrimiento humano. Lo que comenzó como un cálculo político ha mutado en una espiral fuera de control, donde los actores globales se aferran a sus agendas con una determinación ciega, ignorando las advertencias de un posible desastre nuclear.

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Rusia, con su búsqueda de alianzas en un mundo que ansía la multipolaridad, añade combustible al fuego de la incertidumbre y la preparación para una guerra de consecuencias impensables. El escenario apocalíptico de una guerra mundial nuclear se cierne sobre nosotros, mientras los líderes europeos y estadounidenses parecen encaminarse hacia un precipicio sin retorno. La retórica belicosa alimenta la maquinaria de la guerra, creando una dinámica donde la subestimación y la sobreestimación de capacidades pueden desencadenar el holocausto final que borrará la civilización tal como la conocemos.

En medio de este panorama desolador, la voz de la razón y la cordura parece ahogarse en el estruendo de los tambores de guerra. La opinión pública en Europa y el resto del mundo clama por la paz y la negociación, pero los poderes que manejan las palancas del poder militar parecen sordos a estas súplicas. La carrera armamentista y las demostraciones de fuerza son el nuevo lenguaje diplomático, mientras el mundo observa con temor y desesperación, consciente de que cada paso en falso puede precipitar un abismo del cual no hay retorno.

Nos encontramos en un momento crucial de la historia contemporánea, donde la sombra de una guerra catastrófica se cierne ominosamente sobre el mundo. La escalada de tensiones entre la OTAN y Rusia ha llegado a un punto crítico, donde la amenaza de un conflicto directo y el uso de armas nucleares ya no son meras especulaciones, sino una realidad palpable que podría llevar a la aniquilación de poblaciones enteras en cuestión de minutos.

La urgencia de una negociación realista y efectiva se hace cada vez más evidente. Sin embargo, los esfuerzos por encontrar una salida pacífica han sido obstaculizados por intereses geopolíticos y la falta de voluntad para comprometerse en un diálogo verdaderamente constructivo. En abril de 2022, un acuerdo entre Rusia y Ucrania estuvo al borde de la concreción, pero fue frustrado por la interferencia de potencias externas que buscaban imponer sus condiciones sin considerar las preocupaciones legítimas de ambas partes.

En la actualidad, las demandas han evolucionado y se han vuelto aún más complicadas. El continuo suministro de armas por parte de la OTAN y Estados Unidos solo han exacerbado las tensiones, subestimando la determinación de Rusia de proteger sus intereses vitales y su propia soberanía. Las palabras recientes de Putin reflejan una advertencia clara de que Rusia no se retirará ante la presión externa, sino que está dispuesta a llevar el conflicto hasta sus últimas consecuencias.

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En este contexto, la estrategia de la OTAN de buscar la rendición de Rusia es no solo irracional, sino extremadamente peligrosa. Si detrás de esta postura hay una intención de desgastar a Rusia antes de un enfrentamiento directo, el riesgo de una respuesta asimétrica por parte de Rusia es inminente. Esto podría desencadenar un ciclo de destrucción mutua total, un escenario apocalíptico del cual la humanidad estaría condenada a la aniquilación.

Es imperativo que los líderes mundiales actúen con sensatez, sentido común y responsabilidad hacia sus propios pueblos y hacia el mundo en general. La desescalada y la búsqueda de soluciones diplomáticas realistas son la única vía para evitar una catástrofe de proporciones globales. El orden mundial está cambiando y la redistribución del poder es una realidad innegable que debe ser aceptada y gestionada de manera equitativa.

Si aún existe algún tipo de racionalidad, sentido común y responsabilidad para con sus mismos pueblos, urge la desescalada y la negociación diplomática, reconociendo que el mundo ha cambiado. La realidad evidencia que existen otras potencias emergentes, el poder debe redistribuirse como es natural. Y entender que a veces se debe perder para ganar. Es hora de que la diplomacia prevalezca sobre la retórica belicista y que los líderes demuestren su capacidad para resolver conflictos de manera pacífica y constructiva. El futuro de la humanidad depende de las decisiones que se tomen hoy y de la voluntad de todos los actores involucrados de priorizar la vida y la paz por encima de cualquier otra consideración.

nulfoyala@gmail.com