El tiempo nos abandona,
nos escurrimos de sus manos.
Poderosas y gélidas,
mortalmente indiferentes.
Impasibles,
a nuestro desvanecimiento.
Implorando que no nos deje, todavía,
mientras vamos sucumbiendo.
¿Importaron nuestros afanes?
¿Tuvieron sentido nuestros desvaríos?
¿Nos protegieron nuestras fortalezas?
¿Fuimos, acaso, salvados por nuestros deseos?
Irreversiblemente,
el momento final acecha.
Y la incertidumbre,
inevitable y profunda,
se transforma,
en el sinsentido caleidoscópico,
de nuestros biográficos desencuentros.
Polvo en sus manos,
suspiro insustancial y lastimero,
desvaneciéndose en el efímero momento
de la ilusión de una existencia,
que no pudo detener su caída,
ni dar sentido a su agonía.
Atrapados en su escatológica trama,
nos enredamos en el juego vital
de las danzas y contorciones,
de nuestros afanes y lamentos,
clamando para que no se termine el juego,
rogando por otro momento,
que dure más allá del pensamiento.
Acaso seamos sustancia hecha de tiempo,
un simple momento,
infinitesimal y aleatorio,
en busca de un instante eterno,
que dé consuelo a su desasosiego.
Pero al final del ocaso,
la magia termina,
y con ella nuestro tiempo,
que se desvanece en la soledad cósmica,
del eterno e incomprensible silencio.
nulfoyala@gmail.com